Cartas cruzadas, Ana Alejandre

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sábado, 16 de enero de 2016

El ángel del hogar, de Max Ernst


            El título de esta obra pictórica es un giro sarcástico y grotesco del artista, teniendo en cuenta la naturaleza y características del cuadro. En él se representa a un ser monstruoso con cabeza de ave carroñera y cuerpo y extremidades deformes y de las que, de alguna de ellas, nacen otras más pequeñas con aspecto de ramificaciones arbóreas. El monstruo parece saltar y dar violentas patadas en el suelo que viene a representar la realidad, el mundo material en el que vivimos.
            El pintor ha querido hacer una alegoría con dicho monstruo del fascismo y la carga de terror, violencia y muerte que representa, de ahí las patadas furiosas que da en el suelo en alusión a la violencia intrínseca que dicho movimiento político conlleva.
            No hay que olvidar que el año de creación de esta obra es la de 1937, cuando el partido nazi estaba en pleno auge en Alemania en los albores de la II Guerra Mundial y que fue precursor de la estela de horror y muerte que dejó a su paso dos años más tarde.
            El hecho de que la figura monstruosa tuviera cierta apariencia humana, en cuanto a su figura antropomorfa, no es otra cosa que el deseo por parte del autor de señalar que ese monstruo no es algo ajeno a la propia naturaleza humana, sino que es el propio ser humano el que lo encarna individual y colectivamente. Por otra parte, el rostro del monstruo parece mostrar una risa de regocijo con el pico abierto en cuyo interior se observan dientes puntiagudos parecido a los de los escualos, insinuando con ello lo dañino y peligroso que puede ser el monstruo fascismo/comunismo -las dos caras de la moneda del totalitarismo-, que, además, ríe abiertamente en un gesto de gozo y satisfacción al usar la violencia, en una especie de baile siniestro con el que intenta aplastar cualquier resistencia que pudiera encontrar en su camino. Esta destrucción que deja a su paso parece indicarlo el hecho de que no haya nada a su alrededor a no ser el suelo al que pisotea, como si todo vestigio de vida o de civilización hubiera desaparecido y dejado el vacio de territorio yermo, despoblado e inerte.
            Max Ernst también ilustra su idea de que las ideologías totalitarias existen y se propaga por muchas naciones con el recurso de que el monstruoso ser está vestido con diversos y chillones colores, todos aquellos que existen en las banderas de diferentes países donde se instaló el fascismo: Alemania, Italia y España (rojo, amarillo, verde, negro y el color pardo, propio de las camisas pardas del Partido Nacionalsocialista alemán, el color rojo del bando republicano y las camisas azules del bando nacional español). Los nubarrones que aparecen en el cielo presagian tormenta, la devastadora tormenta de la II Guerra Mundial que comenzaría dos años después y que Ernst ya intuía por la fuerza de los acontecimientos y a la que precedía la Guerra Civil Española que ya estaba iniciada y representada en el nubarrón más oscuro de la parte superior izquierda del cuadro.
            El título sarcástico de esta obra viene a referirse metafóricamente al hogar, trasunto de la nación  a la que se pertenece, lugar en el que cualquier ciudadano se siente en su casa, a la que el ángel que custodia todo hogar, en esta ocasión está encarnado en esta obra en las ideas totalitarias de los extremos del arco político: comunismo o fascismo, que parece llegar a cada país, a cada "hogar" para el pueblo que en él habita, al que ofrece la idea de salvaguarda, de protección de los derechos y libertades de todos los ciudadanos, aunque se convierte al final en un monstruo que todo lo devora, que todo lo destruye y que sólo deja las ruinas de lo que antes era un país que vivía en paz, a pesar de los problemas y dificultades que la realidad impone, pero sin convertirse en presa de las ideas totalitarias y depredadoras impuestas por quienes dicen representar la salvación de cada pueblo al que aplasta con el peso de sus desmanes, injusticias, violencia e intolerancia. Y esto sólo puede suceder cuando los ciudadanos que pueblan el país en cuestión admiten y aceptan que las ideologías terribles y totalitarias lleguen y se instalen en su seno sin oponerse a ellas, sin luchar por su propia libertad que le entregan absolutamente confiados en que dicha ideología política llega y se instala  en su seno para ser la solución de los problemas e injusticias que toda sociedad sufre. Esos mismos problemas que se verán acentuados hasta el paroxismo por esas ideologías que no admiten controversia, oposición ni límites, porque sólo destruye al individuo y a la propia sociedad en la que éste vive, cuando le niega la posibilidad de opinar, criticar u oponerse al totalitarismo político que es el peor enemigo de la dignidad del individuo, de su realización como ser humano porque le arrebata su  pequeña parcela de felicidad posible.